martes, septiembre 6

Madia

Han pasado ya cuatro meses desde que me enteré que tenía una habichuelita alimentándose dentro de mí. Si, mi preciosa y pequeña Madia, no es nada convencional. Decidió ser uno de esos casos en los que no se hace notar. Habrá tenido sus razones. Ella decidió sorprender con sus piruetas fetales a los casi cuatro meses y medio de estar dentro de mí.
Han pasado cuatro meses y desde aquel entonces simplemente supe que mi bebe, mi pequeña Madia, era un milagro. Ella tenía que nacer, porque tenía que nacer. Ella era valiente. Ella supo cuidarse sola. No necesito que yo me cuidase por ella. Ella sobrevivió los cuatros meses sin necesidad que este postrada en una cama o manteniendo cuidados excesivos. Todo lo contrario. El tiempo que  no supe que estaba embarazada caminé en Madrid como nunca. Ella me acompañaba despacito, en silencio, por todas esas andadas en esa ciudad que tanto me gusta. Ella me acompaño a mi primer día de trabajo, al cual no regresé jamás, porque subir tantas escaleras para vender líneas telefónicas no lo había hecho en mi vida. Me dejó exhausta así que me rendí. Mamá me dijo que tirara la toalla y me dedicara a conocer.
Y así fue. No guardaba reposo. Caminaba a lo exagerado.

Cuando llegaba Pol a visitarme, mi primo, tonábamos algo de cervezas junto a su esposa y mi hermana. Pasábamos noches divertidas contando, llorando y cantando. A veces visitamos una que otra discoteca, para romper la rutina y costumbre.

Madia estaba ahí. Escuchando la voz de mamá. Y yo sin saberlo, llevaba cada latido de su corazón.

El siete de abril, recibí la peor noticia de mi vida. Recibí el peor impacto. Entre en crisis nerviosa. Nunca tuve tanto miedo en mi vida. Había perdido lo más valioso que pude considerar que hasta ese momento, junto con mi mamá y familia, tenía.

Esos momentos fueron indescriptibles. Ese dolor no lo había sentido jamás. Sentía que mi cuerpo se carcomía. Que yo me desvanecía. Ya no encontraba sentido a gran parte de mi vida, por el hecho no saber qué hacer con ella. Papá siempre estuvo ahí, conmigo, como un magnifico héroe, guiándome hasta en cada medio paso que daba. No sabía conducirme sola. Tenía muchas cosas en la cabeza. Estaba hecha, literalmente, mierda.
Pese a todos esos desarreglos, a esas impresiones, a esos momentos duros, Madia estuvo siempre ahí conmigo. Estuvo conmigo en los momentos que me sentí más sola que nunca. Cuando compre a tass, mi perro. Cuando me iba de escapada a la playa en la noche, a escuchar música y querer encontrar algo que me haga sentir mejor. Ella estuvo en todo momento y eso es algo que siempre le voy a estar agradecida. Y a Dios, que para mis cálculos, solo el pudo cuidarla tanto.

miércoles, agosto 24

Viva la vida

One minute I held the key
Next the walls were closed on me
And I discovered that my castles stand
Upon pillars of salt and pillars of sand..

De pronto ya no vemos Jaime Bayly los domingos por las noches. No aplaudo su parecido con tal sarcástico personaje. Ya no lo veo esperándome a la salida de la universidad, diciéndome que los taxis son peligrosos, que mejor nos vamos juntos a casa. Ya no le doy palmadas en su frente. Ya no nos levanta temprano en las reuniones grupales de estudio. No grita nuestros nombres. No prepara sopas embolsadas. No se queja de sus alumnos. No veo niños llegando a casa para ser examinados por su médico favorito.

No vamos al cine. No veo que se duerma en las películas. No le grito a la oreja frentón. No peleamos por mis salidas. Por mis juergas. Por mis estados críticos en alcohol.

No me llama la atención. No se enoja. No está ahí para desmoronarme en llanto cuando algo pasaba. No está, el ya no está.

Me levanto. Busco mi billetera. Encuentro nuestra foto. El 42 y yo tres años. Papá e hija felices en verano. En una piscina. Lucimos contentos. El orgulloso. Yo sin miedo al agua cogiéndome de su brazo. No aparentamos, desde siempre fuimos buenos amigos.

Miro la fecha. Van muchos meses. Muchos meses sin contacto alguno. Pienso que es imposible. Cada día es más duro. Más cierto. Más real.

Entro en pánico.

Me doy cuenta que la vida se ha vuelto aburrida. Se ha vuelto diferente. Sin ese sabor a tener cosas que realmente quieres. No lo toleras. Me siento cansada. Tengo anemia. Grito todo el tiempo. Me mal humoro. Tengo hambre. Como. No puedo tomar. Estoy de luto. Luto puto. Puto luto. Como me jode tener que pasar por eso que todos llaman luto. No se aguanta. Me duelen las entrañas. El corazón. Mi mejor amigo. No me lo explico. Explota la cabeza. Me echo a dormir.

Sin embargo - El milagroso sin embargo. Nunca pensé que esa palabra común me salvara la vida – Sin embargo descubro a un ser alimentándose de mi. Absorbiendo todo lo que hay en mi cuerpo. Un ser luchador. Valiente. Con ganas de crecer. De vivir. El único ser que no se ha desvanecido. El único ser que lleva parte de mi cuerpo. El único ser al que le estoy dando el derecho que se merece. El de vivir.

Me asombro. Solamente Dios podría mover las piezas de esta forma tan exacta. Solo Dios pudo regalármela ahora. Solo el pudo hacer que pese a perder lo más valioso del mundo, mi papá, me levante cada mañana sintiendo sus movimientos. Y yo, y yo solo me derrito imaginándomela. Tan pequeña. Tan luchadora. Como papá. Como mi papá.

En todo lo complicado, ella sobre sale. Ella hace frente. A su manera, sabe decirme que quiere vivir. Con su corto lenguaje me envuelve. Me responde. Me grita con piruetas fetales que viva la vida.

martes, agosto 16

"Atención Preferencial"

Los seres humanos no tomamos conciencia de las situaciones, incluso cotidianas, hasta que nos vemos involucrados en ellas. Aun existiendo refranes que nos sugieren ponernos en el pellejo de otros, optamos por taparnos los ojos. Qué más da. No es nuestro problema. Que se jodan. Normal, es parte de nuestra naturaleza.

Me incluyo. Muchas veces he dejado de prestar atención a temas que no han ido relacionados directamente conmigo. Pero hoy, me veo involucrada en uno. En un tema que siempre me encontré ausente porque no formaba parte de aquella lista. Lista que se llama “personas con atención preferencial”.

Como estoy embarazada y mi barriga es un poco espaciosa en forma de “tendré un bebe hombre”, pero será mujer, formo parte de aquellas personas que en los lugares públicos deben tener atención especializada. Una atención preferente. Una atención preferencial. Supongo que consideraron a las mujeres embarazadas porque es de conocimiento de todos que los pies estallan, la espalda duele y las valientes que salen hacer colas sufren. Como sufren los ancianos o mamás con bebes en brazos. Incluso los discapacitados. Entonces, merecemos dignamente que se nos atienda más rápido, porque a diferencia del resto de personas, cargamos con cosas adicionales que no nos permiten darnos el lujo de estar tanto tiempo parados.

Yo desde hace cuatro meses aprendí a ser responsable de algunos pagos de recibos, entre otras cosas. Mi papá está ausente físicamente. Debo cumplir con su rol. Ir a pagar puntualmente recibos de servicios que tengo. Yo encantada. Tengo atención preferencial. Será rápido. Ellos entienden que pese a los malestares generales que llevo, tengo que cumplir con mi misión. Por eso, serán cordiales y harán que todo sea más rápido.

Un carajo. Un carajo les importa.

Llego al banco. Busco la ventanilla de atención preferencial. Hay una cola de maso menos 15 personas. La gran mayoría son adulto mayor. Solo hay seis bancas para sentarse. Pongo cara de hambre. Espero.

Me doy cuenta que un señor se retira de la cola. Obviamente porque no avanza ni un carajo. Se va a la otra cola. La de personas normales. Son como 40. Sin embargo, avanza más rápido. En cuestión de 15 minutos lo atienden. Me sorprendo. Me duelen los pies.

No entiendo porque. Comienzo a investigar. Miro el número de ventanillas. Son 35. Solo una de esas 35 es para atender a las personas que necesitan atención más rápida. De manera preferente.

Preferente un carajo. Como de 35 ventanillas solo una va estar dirigida a ese público “preferente”. Me mal humoro. Veo a las personas que están delante y atrás mío quejarse en silencio. Todos son adultos mayores. Algunos muy viejitos. Otros con fracturas en los pies.

Considerando que cuando llegamos a ser mayores o muy mayores, nos volvemos mas lentos, entonces deberían a ver mínimo dos ventanillas que atiendan. No es posible que a todas esas personas las dejen paradas esperando. Es mas, esperan más que en ventanilla normal.

Busco al gerente. Le impongo mi queja. Dice que lo arreglara. Que tengo razón. Sin embargo, miente. Le importa un pepino. Su mamá no está en esa fila. Ni su familiar. Ni su jefe. Entonces, todo sigue marchando igual.

Puteo en voz alta. Insisto. Abren otra ventanilla. Los que tenemos atención preferente nos alegramos. Me voy jodidamente contenta.

Aquel Banco, es el Banco BCP de Trujillo. En su central. Es un caos. Creo que tendré que pagar para que me vayan hacer colas. Porque ni siquiera yo, contando con una atención supuestamente preferente, logro satisfacer esa necesidad rápida por hacer las cosas. Y rápida porque mi cuerpo se queja, no se da el lujo, de estar mucho tiempo de pie.

Voy a telefónica. Hay una sola señorita atendiendo a las personas para darle un ticket. Tiene las uñas pintadas y una voz de señora amargada. Me acerco a preguntarle si hay algún trato especial o un poco más rápido a personas que se le hinchan los pies. Los que están en la cola se ríen. Me pregunta que quiero, me da un ticket.

Se acerca un señor mayor. Le hace su consulta. Luego otro. Y otro.

Las personas se quejan. Dicen que avancen con la gente que tiene pies normales. Yo me quejo en voz alta. Es un abuso. Debería haber una ventanilla exclusiva para las personas embarazadas, con niños, adultos mayores, discapacitados. Y otra para las personas normales, en sentido figurado.

El sistema es una mierda. Nunca me había percatado de ese asunto de atención preferente. Lo dibujan y pintan como el mejor servicio de atención a personas que lo necesitan, con un trato exclusivo y rápido. Aun existiendo una ley de por medio que envuelve la buena atención a dichas personas, les importa un carajo. Aplausos. No son sus mamás, ni sus hermanas, ni sus abuelas las personas de aquellos individuos que no regularizan el problema.

Ellos solo se ajustan a las circunstancias. Como existe una ley. Intentan cumplirla. Como puedan. Sin verse afectados. No les importa si esas personas son bien o mal atendidas. Ahí esta su ventanilla. Asi sean 100 personas. Que se jodan. Que esperen y que se atiendan. Ellos ya cumplieron. Cumplieron con su atención “preferencial.”

domingo, agosto 7

El año del conejo.

Dicen que este año va ser coronado como el año del conejo. Muchas chicas, generalmente jóvenes y muy jóvenes, salen embarazadas. Muchas inconscientes, según la sociedad peruana. Es una catástrofe, según las señoras cucufatas. Demasiada irresponsabilidad y falta de tema sexual, según las feministas. Horror social, según las ex enamoradas de los chicos que serán padres.

Yo soy una de las involucradas. Tengo 20 años. Voy a ser mamá. Tengo 7 meses y algo de embarazo. Mi hija se va llamar Madia. Me cago de miedo. Amo a mi chico.

En eso se resume mi vida. No lo puedo negar, soy realmente feliz.

No me importan las nauseas. El dolor de espalda. La acidez. El hinchazón de los pies. El cansancio. La pesadez estomacal. Los antojos. Subir de peso. Tener sueño la mayor parte del día. Odiarme. Sentirme ancha. Sentirme gorda. Sentirme una ballena. No me importa.

No me importa tener miedo. No saber nada acerca de bebes (se que ni a los 30 lo iba a saber). No me importa no haber disfrutado de una juventud plena en alcohol ni en fiestas. No me importan los tragos. Las salidas nocturnas. Los yo nunca. Los mojitos. El tequila. La cerveza.

No me importa que otros se asombren y que no lo entiendan. No me importa que piensen que es importante que me case. Que vivamos juntos. Que seamos una familia forzada. Que el amor equivale a papeles. A conflictos. A ser viejos. No me importa.

No importa que no sepan que la idea más cojonuda es saber que si bien eres joven para tener una hija, serás joven para acompañarla en la vida. Podrás disfrutar. Salir. Divertirte. Entenderla. Podrás hacer lo que te hubiese gustado que hagan contigo. O en mi caso, hacerlo similar. Yo tuve un papá genial. Tengo una mamá joven con la que puedo contar. Guapa. Divertida. Parece mi hermana.

No importa que no sepan que es increíble saber que vas a convertirte en el súper héroe de una preciosa. No importa que tener que jugar de nuevo con muñecas. No me importa tener que ser cursi. No me importa tener que ser niña. En verdad, no importa.

No me importa que digan que es el año del conejo. Que tener hijos está de moda. Que las personas que hacemos frente somos irresponsables. No me importa que piensen que lo haremos mal. No me importa, porque sé que realmente será genial.

Cuando la siento conmigo y me la imagino tan pequeña se me ablanda el corazón y a la vez se me destroza la espalda por el peso que llevo encima. Sin embargo, cada molestia, dolor, bochorno vale la pena vivirlo por ella. Porque ella no equivale a un momento, ella equivale a por siempre. Y eso, es lo único que importa.

Concluyo, que este año no le debo agradecer a la cigüeña sino al conejo. Y eso, dentro de todo, quizá también deba importar.

lunes, julio 11

Nadie sabe

Cuatro de la tarde. Me despierto luego de una siesta profunda producto de mi habichuelita. Me ducho. Me seco el cabello. Me pongo algo, flojo. Mis botas, cómodas. Me hago un moño y me voy de compras. Diana me cuenta que la mamá de una amiga falleció. Siento esa presión en el pecho. Me siento decaída. Disimulo. Compramos ropa. Comemos hamburguesas. Hablamos de porongos. De su porongo. Reímos.

Ocho de la noche. Llego a mi casa. No puedo evitarlo como de nuevo. Prendo la laptop. La empolvada. Entro a facebook. Veo los comentarios de pésame para aquella amiga. Me incomodo. Me entran recuerdos fugaces. Siento que mi estomago se enfría. Ella se mueve de pronto. Me recuera que debo estar más relajada. Me recuerda que nuestro chico favorito, el único, va llegar en una hora. Me pongo algo bonita.

Diez de la noche. Lo veo. Se me olvida todo. Lo beso. Vamos a ver una película que me hace dormir de vez de rato en rato. Ella aprovecha los ruidos fuertes y hace piruetas fetales. Regresamos a echarnos y dormir un poco. Le saco una cajita. Una cajita llena de cartas. Entre las tantas que guardo, estaba un sobre. Ese sobre tenía las cartas mas preciosas y las cartas que eran el mejor tesoro que yo había encontrado. Se las enseño. Eran cartas de papá. Leo partes. El lagrimea. Le cuento que en todas firma como autentico y único mejor amigo. Le cuento y leo que me dice que tome leche. Que pese a que algunas de ellas son sermones, siempre dice que me quiere, que me cuide, que el también me necesita.

Me siento orgullosa. Quisiera que las cartas tomen forma. Lo abrazo. No digo nada. No dice nada.

Tres de la madrugada. Me levanto como todas las noches, a ese deber primordial de madrugada, hacer pipi. Bajo a tomar agua. Me quedo paralizada en la sala. Me siento. Me acuerdo de papá. Son cosas inevitables. No puedo dejar de extrañarlo. Me acuerdo de mi amiga. Me imagino lo que debe estar pasando. Me siento mal.

Tres y media de la madrugada. Voy con tass, mi fiel amigo. Me siento un rato y le cuento, le cuento lo que no he querido contar en tres meses. Como fue. Como fue que mi papá se volvió invisible. Tass me mira, me trae su pelota, la suelta. Se da cuenta que no tengo ganas. Se echa a mi lado. Se hace el dormido.

Nueve de la mañana. Me despierto. Tomo leche. Me duele la lengua. Veo la foto de mis abuelos. Busco la foto de mi papá. Intento oler el pañuelo. Robarle hasta el último aroma. Pienso, de nuevo, que nadie sabe. Nadie sabe lo importante que pueden ser nuestros papas en nuestras vidas. Nos centramos en otras cosas. En chicos. En juergas. En esas reuniones fatales que nos dan resaca crónica. Nos fijamos en todo, menos en ellos. Porque pensamos que ellos son para siempre. Pensamos en la muerte como algo lejano. Algo que corresponde a las personas de ochenta o noventa años. Pensamos en la muerte como algo ajeno. Como algo que le pasa a muchos, pero no a uno. O a ellos. O el. “Vive como si fuera el último día de tu vida”, estamos cansados de escuchar la frase. No la tomamos en cuenta. Da igual.

Ahora yo, sumergida en este lío de filosofía sobre la muerte, la vida y las ausencias, me doy cuenta que el tiempo que me queda es poquitísimo. Pese a que con suerte muera de acá a unos cuarenta años, no van ser suficientes para mi hija cuando nazca. Como no fueron suficientes los veinte años que viví para demostrarle a papá que fue el mejor, el mejor de todos.

Tres de tarde. Va ser difícil que alguien lo entienda. Nadie, que no pase por lo mismo, lo va entender. Porque así somos los seré humanos. Solo aprendemos por experiencias. Solo aprendemos luego de equivocarnos. No solemos tomar precauciones. Con nadie, o peor aun, por nadie.

viernes, julio 8

Los aromas

Hay ausencias que nunca terminan de llenarse. Por nada, por nadie. Nunca terminan de apretarte el pecho y hacer que, en el lugar donde te encuentres, te muerdas los labios. y sin que sangren, te duelan. O esa ausencia, que te hace temblar y coger un pañuelo. Abrazarlo, como a tu peluche favorito. Desear que ese aroma, ese que se fundió por la tela, se haga realidad. Que abras tus ojos y veas a la persona que era portador del olor. De ese olor, que es un aroma, un aroma que nunca se va.

A tu memoria.

martes, junio 28

La mujer en los tiempo de cólera.


Mujeres. Un toque alocadas. Siempre victimas de ficciones mentales interpretadas por nosotras mismas. Comúnmente bipolares. Quejosas. Juergueras, cuando estamos solteras. Hogareñas, cuando estamos parcialmente comprometidas. Fieles, si se nos permite. Realmente encantadoras y jodidas. Eminencias. Detectives. Astutas. Formamos parte mayoritaria de una población y aun así, esa población, sigue siendo machista.

miércoles, junio 8

El único héroe que conocí, lo tuve en casa

Cuando tuve seis años, comencé a entender más cosas de las que mi mente minúscula podía entender. Mi papá tenía un gran corazón. Era un médico ejemplar. Dedicado a su profesión. Amaba ayudar a la gente. Evitaba cobrar consultas. De vez en cuando hacer operaciones gratis. Regalar medicina a las personas que las necesitasen. Esas muestras medicas que siempre llegaban a casa, las empaquetaba y alguien se hacía merecedor de todas ellas. Ese alguien, obviamente, era algún paciente que lo necesitaba.

En navidades me enseño a ser solidaria. Comprobábamos juguetes y siempre me llevaba por el pasillo azul del hospital en donde él trabaja. Ese pasillo estaba lleno de cuartos. Y los cuartos, de niños. Los niños, de quemaduras. Al principio tenía miedo. Me daba una sensación extraña. Papá me educó para eso. Me hiso valiente. A mis seis años, era capaz de enfrentarme a la peor quemadura y entregar el mejor juguete. Salíamos contentos, victoriosos. Para todos aquellos niños, mi papá era un héroe. Llegaba para convertir momentos. El peor, en mejor. De eso se encargaba.

Como yo era una niña rebelde, lo que el siempre me decía, necesitaba más cuidado y vigilancia. Mi mamá estaba lejos. No era igual que me cuidasen mis tías. Así que tomo la decisión de cerrar su consultorio. Ahora, años muchos años después, puedo entender lo que le costó tomar esa decisión. Porque el siempre fue feliz ayudando. Sin ser atribuido con dinero. Cobraba lo que tenía que cobrar. Nunca era más. Siempre era menos. Yo, doy testimonio de eso.

Todas esas personas que lo visitaban en aquel consultorio, comenzaron a buscarlo en casa. Papá no se pudo negar. Los atendía. Sin descuidos. Con igual dedicación. Pasaron a ser consultar totalmente gratuitas. Y el pasó atender a pacientes en casa y mirar como yo de lejos jugaba con todas mis muñecas, contenta porque papá estaba ahí conmigo todos los días.

Y así fue su vida. Siempre fue un verdadero valiente. Sufrió un montón de accidentes. Nunca le pasó nada. Fue operado como diez veces. De todas salió victorioso. Se lo merecía, era un buen luchador. Era un buen ser humano. Era un héroe en todo sentido de la palabra.

Cuando crecí, no solo tenía la imagen de un excelente profesional, dedicado íntegramente a su profesión. Si no, tenía la imagen de el haciendo tantos espacios de tiempo como yo necesitase. Para lo que fuera. Para mis reuniones de colegio. Para mis actuaciones. Para todo. Se encargo de ser mi amigo. Mi verdadero amigo. Confiaba en el mas de lo normal. Podía contarle cosas que realmente eran extrañas. Sacada de vuelta de ex enamorados. Acciones de amigas. Mis juergas fatales. Las peores bombas. Previa puteada, claro está.

Papá y yo éramos un equipo. Siempre juntos. Habíamos crecido los dos. El era todo para mi. Sabía que algún momento el ya no iba a estar pero nunca imagínese que ese momento fuera tan doloroso. Y no solo el momento, sino el tiempo que venía después. Como ahora.

Aun se me hace muy difícil conversar del tema. Escribir detalles de cómo sucedieron las cosas. Del día en que el ya no estuvo. Porque todo eso no solo está en la boca. Se siente en el corazón. Y cada tecleada duele en el fondo de las entrañas. En lo más profundo. Pero sin embargo, el se merece todo tipo de reconocimiento. Porque siempre lo ha sabido a ser muy bien. Es un hombre que se ha encargado de ser de todo. Amigo de sus alumnos. Amigo de su hija. Amigo de sus pacientes. Un hombre que con la ayudaba de Dios, logró ser lo que fue. Y para mi, todo se puede resumir en un verdadero héroe. No solo para mi. Para muchos. Muchos que lo recuerdan inclusive con la misma pena que yo. Porque sabemos que hombres como el, hacen falta.

Lo extraño. Lo extraño todos los días. Lucho contra la barrera de evitar recordarlo para no tener esta pena inmensa que ataca cada microsegundo. Lucho acordándome de él, de su frescura, de sus frases irónicas y sé que si hubiese sido al revés, el al igual que yo tendría en su cara la mejor sonrisa porque pensaría lo que yo pienso… que en el cielo, necesitaban con urgencia a un hombre tan perfecto como el.

Nada se compara con el orgullo que tengo de sentir que ese hombre, del que ahora escribo, es mi papá.

domingo, junio 5

La historia resumida.

Cuando éramos uno y uno.

Nos conocimos de manera casual. Cibernética. Entre bromas. Me agregó a las redes sociales de casualidad. Por molestar a un amigo. Nada personal.

Nos conocimos en persona. Caminamos por esa zona rara. El tenía una gorra. Yo un polo nuevo y usaba tacos. Hablamos mucho. Pocas cosas con sentido. Me dijo que cierre los ojos. Me besó.

Me gustaba. Hablábamos mas seguido. Era verano. Me lo encontraba en la playa. Nos escapábamos a solas al parque. Me proponía ser enamorados. Me des proponía. Lo besaba. Un poquito. Caminábamos de la mano. A escondidas. Llegábamos al grupo y nada más. El era uno y yo era uno. No éramos nada.

Comenzamos a vernos más seguido. Me esperaba llegar en taxi a su casa. Conversábamos poco. Se burlaba de los lentes. De contacto. Raros. De mis tacos blancos. Yo me reía de su voz. De sus mentiras. Nos besábamos.

No hablamos más. El tuvo enamorada. Yo regrese con mi ex. Lo eliminaron de mi msn. No tuvimos mas contacto.

Nos encontramos de vez en cuando. En esa escuela de ingles. A las salidas. Hola. Chau. Ya no nos besábamos. Amigos, nada más.

Intrigado un día. Le hablo a mi mejor amiga. Le preguntó por mí. Me mando saludos. Me entro curiosidad. Lo volví agregar. Ya no tenía enamorado. No sabía si el tenia enamorada. No importaba. Solo en plan amigos. Nada más.

Hablábamos por msn. Nos contábamos los anécdotas. Eran horas. De horas. En charlas no tan breves. No tan amigueras. Siempre indirectas. Nada que ver, seguía pensando. Plan amigos.

Salíamos cada vez que venia de Lima. Al cine. A comer. A huanchaco. Nos acercábamos más. Estaba el deseo de besarnos. Nos besamos. Tomábamos. Solos. En grupo. No quería que sea como antes. No quería ser un agarre. Le pedí espacio. Se acabo, amigos, pensé.

Cuando éramos dos.

Me llamó un día después. Me pidió una última cita. Acepté. Me recogió del departamento. Me puse tacos. Se puso camisa. No sabíamos a donde ir. Caminamos un poco. Sin medias tintas, pregunto si quería ser su enamorada. Frescamente, le dije que sí. Nos besamos. Nos besamos más que nunca. Como nunca. Como si ese beso fuera el primero del resto de nuestras vidas. Me dio la mano. Éramos enamorados.Llegamos a su casa. La cena sorpresa se le quemó. Tomamos vino.

Los emails eran graciosos. Las primeras canciones dedicadas. Temas sobre distancia. Sobre el amor. Sobre el todo lo puede. Sobre el nada soporta. Éramos frescos. Siempre lo hemos sido. Lo vamos a seguir siendo.

Esperábamos los fines de semana. Nos escapábamos algún lado. Solos. Nos besábamos. Pasó tiempo. Estuvimos juntos. Juntos, en todo sentido. Apagamos las luces. No teníamos ropa.

Éramos felices. Disfrutábamos estar juntos. Nos sentíamos enamorados. Nos sentíamos jodidamente felices. Disfrutando de cuatro o cinco días al mes. Enamorándonos por teléfono. Por emails. Por canciones. Sin cursilerías. Con esa frescura. Con esa complicidad. Con eso, que nos caracterizaba.

Como todo en la vida. Se desmoronó en algún momento. Rompimos las reglas. El respeto se pulverizo. Nos atacábamos como dos extraños. Enemigos. Rutinarios. Dejó de ser armónico. Pase a ser espía. El se convirtió en fugitivo. Dejamos de ser tan felices.

Nos separamos. Dejamos de ser enamorados. Pasaba un tiempo. Siempre terminábamos juntos. Nos dio una crisis. No supimos que hacer. Teníamos miedo. Estábamos cansados. Jugábamos a ser enamorados más tiempo. A estar separados por épocas. No nos fue bien. Se sacaron pies del plato. Existían ciertas faltas incompletas. Siempre a medias. Siempre extrañándonos. A nuestra manera.

Ahora, que somos tres.

Enero. 2011. Época de la reconciliación. Época de oportunidades.

Pasábamos horas en ese cuartito. El de la computadora. El que estaba en su casa. Nos besábamos. Nos besábamos más. Nos juntábamos. Lo sentía. Más que nunca. Veíamos películas. Matábamos momentos. Nos aburríamos. Comíamos. Dormíamos. Nos volvíamos a besar. Nosvolvíamos a seducir. Apagamos las luces. Comenzamos a darle vida.

Cuatro meses después descubrimos que desde aquel mes, nunca estuvimos solos. Ella estuvo ahí. En silencio. Calladita. No levantaba sospechas. La descubrimos infraganti. Moviéndose de un lado a otro. Tapándose la cara el primer día que la conocimos. Era grande. Tenía todo completo. Pese a mis desarreglos basados en una inconsciencia justificada, estaba perfecta.

Lloramos. De alegría. De miedo. Nos abrazamos. Nos enamoramos. Nos besamos, como la primera vez. Pero esta vez era la primera, la primera vez de una nueva vida. De esa que ella nos ha traído. Con astucia. Para hacernos feliz. Y algún día, cuando sepa leer y entienda sobre estas cosas tan raras, sepa que la esperamos con tanto deseo. Que buscamos pañales. Que buscamos ropa. Juguetes. Y que ahora todo, es ella. Y todo siempre, va ser ella.

Le doy las gracias, a esta miniatura, por ser lo más valioso que nos va tocar en la vida. Contenta, asumo el reto. Sin preocuparme. Estoy segura que no me pudo tocar mejor cómplice. Mejor compañero incondicional. Mejor amigo. Realmente será genial.

jueves, mayo 26

Veinte

No tengo recuerdo de los primeros cumpleaños de mi vida. Pero por fotos, en todas estaba papá, levantándome en brazos para romper alguna piñata. El siempre se encargaba que mis cumpleaños sean a lo grande. Invitaba a muchos niños. Mamá decoraba y hacia cosas deliciosas. Yo bailaba y me gustaba ganar en todos los juegos. Las sorpresas se las regalaba a todos, igual los premios. Abría a escondidas mis regalos y los paseaba por toda la fiesta. Era feliz.

Cuando ya estuve en primaria y tenía algo de ocho o nueve años, mamá viajaba seguido a España. No la veía con frecuencia. Su ausencia me resultaba extraña. Sin embargo, ella supo escoger a un hombre maravilloso que cuidaba de mí en todo momento. Ella me llamaba todo el tiempo para asegurarse que todo marchase bien. Sin embargo, no logro planificar cada fiesta de cumpleaños como lo hacía papá.

El pedía permiso a las monjas del colegio. Las convencía de que en horas de clases, nos sacaran a todas las niñas del salón para poder armarme una sorpresa. Arreglaban el aula. La llenaban de dulces, globos, postres, regalos. Contrabatan a unas animadoras. Preparaban la cámara fotográfica. Luego del recreo todo estaba listo. A mis compañeras las hacían pasar al aula. A mi me mandaban al baño a ponerme vestido. Yo, sospechaba. Como no se podía intuir tales sorpresas si tenía conmigo al mejor papá del mundo. Entraba al salón feliz y comenzaba la fiesta.

Así como esa, tuve varias fiestas en primaria. Hasta que las madres del colegio comenzaron a decir que todo aquello formaba parte de una pequeña desigualdad. Existían chicas que no podían hacerlo y se sentían frustradas. Cosa que yo, no quería hacer sentir. Es por eso que le pedí a papá que en mi cumpleaños ya no decorase el salón del colegio. Más bien, decorase mi habitación. Y desde entonces, encontraba globos a las12 de la noche. Regalos grandes y pequeños. Regalos que enviaba mamá desde España, unas muñecas enormes y preciosas. Lo encontraba a el sentado a mi lado. Con la lamparita encendida. Con algún cuento en la mano. Con alguna tarjeta. Siempre, siempre lo encontraba a el.

Desde que entre a la secundaria, dejó de gustarme celebrar. Prefería esconderme de todos y todo. Prefería almuerzos en familia. Una tarde de conversaciones extrañas. Me dormía temprano.

Cuando cumplí 18, estuve en España. La pase fatal. Comí en un restaurante chino que se suponía que era el mejor por excelencia. Sin embargo no deguste de la comida. Pero me encanto estar acompañada de mi mama, mi hermana y mi sobrino. Solo los tres. Lamente que papá estaba en Perú. Era mi primer cumpleaños que no la pasaba con el. Era extraño.

Ahora cumplo 20. Y es el segundo cumpleaños, el segundo de muchos, que comenzaré a pasar sin el. Ya no porque yo o el estemos de viaje. Si no, porque físicamente el ya no va poder estar conmigo. Por razones espirituales. Porque Dios lo quiso así. Sin Embargo, hoy, pensaba en que he disfrutado más que suficiente a papá. Fuimos los mejores amigos y tuve los mejores cumpleaños. El siempre estuvo conmigo, inflando globos o haciendo algún postre. Estuvo conmigo para no celebrar nada y tirarnos en los sofás a mirar películas de comedia o acción. Sin embargo no deja de doler en el pecho esa ausencia que te carcome y mas en días como estos. Es una sensación inexplicable.

Pero como siempre he dicho. Dios, para mi, es el mejor jugador de ajedrez. Sabe mover sus piezas en el momento indicado. En el justo. Sabe colocarlas donde deben estar. Y es por eso que ella y mi chico orejón, están donde están ahora. En el momento indicado. En el preciso. Haciendo nuestra nueva burbuja. Nuestra nueva bola

Cumplo 20 años y lo único que me importa son ellos. Me veo con el por web cam. La siento a ella en mi estomago. Somos felices mirando aquella serie española a distancia. Nos reímos a carcajadas. Pensamos que solo faltan tres días y nos veremos. Pensamos en nuestra bola familiar.

Ante todo esto, no pudo encontrar mejor regalo que hacerme Dios y enseguida, mi papá. El sabe que los 18 cumpleaños pasados a su lado han sido los mejores. Sin embargo, el que estoy pasando es el primero de mi nueva vida. La de para siempre. La que nunca voy a olvidar.

martes, mayo 24

Ella.

“I know times are getting hard
but just believe me girl
someday I’ll pay the bills with this guitar
we'll have it good
we'll have the life we knew we would..”

Aquella canción, pasé tarareando los primeros meses. Los primeros de relación con él. Me hacia escucharla siempre. Me la traducía. Me hacía saber que siempre estaría ahí. Que no había problema. Que la distancia la acortaríamos. Me prometió que siempre estaríamos juntos. Siempre éramos dos. Para pasar los ratos maravillosos que pasábamos. Comiendo, durmiendo, echándonos crema a las manos, llenando tinas de agua, peleando y riéndonos de la gente. Riéndonos de todo lo que no éramos nosotros. Haciendo nuestra burbuja, donde cabíamos los dos. Y así pasaban los días, los meses, los años. Íbamos queriéndonos mas y haciendo cosas mas grandes. Nos escapábamos unos días lejos de todos y todo. Solamente el y yo. Nos envolvíamos de risas. De comida. Hacíamos campamento de dos. Sentados bebiendo. Apagando las luces. Haciendo ruidos extraños. Mirándonos. Peleando sin razón. Dándonos la mano y siendo cómplices en nuestras travesuras. Éramos una especie de compañeros incondicionales que a veces, también, hacían desunión.
Tres años después. Sentada. Lejos, muy lejos de él. La escucho de nuevo. Tarareo con los labios la melodía. Recapacito con la letra. Me dejo influenciar por la música. Sonrió. Suspiro. Y es increíble darse cuenta que parte de aquella canción, la menos pensada, iba cumplirse en algún momento de la vida. Y hoy la escucho con más ganas, con más cariño. Pensando en que ella pronto estará aquí, con nosotros. Para hacernos feliz. Para recordarnos que construimos la historia más genial del mundo. Y esa historia, es ella. Y ella, solo nos pertenece a los dos.

viernes, abril 29

We still a team

Todos me dicen que siempre encontrará la manera de estar conmigo. Yo sé, en porcentaje total, que él lo va ser. Porque siempre hemos sido así. Los dos. Un equipo. Y lo físico, no podrá desmoronar la amistad que prevalece sobre cualquier tipo de dimensión.

Hace dos días me pasó algo que suele pasar. Algo que en verdad a mí nunca me pasó. Algo que me hiso sentir que el de alguna forma estaba manipulando el tiempo, a las personas, a mi suerte y la estaba cambiando.

Eran las 10 de la mañana. El chico minúsculo llegaba a recogerme. Me acompañaría hacer unas cosas, unos pagos y si quedaba tiempo me enseñaría a manejar. Subí al taxi apurada porque era tarde. Hablamos del día anterior, de algunos planes, de sus clases, de las mías.

Tenía mi nextel en la mano. Ese nextel blanco. Ese que papá me compró luego de dos largos años. Dos años de castigo por haber perdido tantos celulares caros. Estuvo seguro que ausentando celulares bonitos por todo ese periodo de tiempo, aprendería la lección. Y tuvo razón. Lo aprecie un poco más que a los otros mil celulares que tuve.

Yo hablaba muy entretenida, como siempre. Hablando cosas sin sentido, mil temas a la vez. El escuchaba, entretenido. Luego me pidió mi nextel, miró la foto de tass y me lo devolvió. Aproveche en llamar a fabi para decirle que no almorzaría con ella. Al menos ese día no. Llegamos al centro. Bajamos del taxi. Y no me di cuenta que nunca guardé mi nextel. Se cayó.

Luego de hora y media, me di cuenta que mi nextel no estaba. Había desaparecido. Buscaba en mi bolso. Mi cara cambio totalmente. Pensaba en los videos de papá que tenía en ese celular. En las fotos. En que fue lo último que me regalo. Mis ojos no sabían a dónde mirar. En mi bolso ya no había espacio en done podía estar. Llamaba y nadie contestaba, pero aun no lo habían apagado. El me decía que me tranquilice un poco, que podía recuperarlo o en el peor de los casos buscar uno igual.

El no entendía. No era el modelo, no era el nextel, no. Era que aquel aparato le tenía tanto cariño porque papá me lo había dado. Y al igual que su celular, que ando a todas partes, no quería perderlo nunca. Lo usaría hasta ser el modelo más viejo del planeta.

Le pedí prestado su nextel. Busqué en mi libretita algunos números que apunté. Curiosamente días antes cambié de chip y apunté algunos números para poder pasarlos al nuevo. Entre llamadas de amigas, de amigos, descubrí que el señor taxista había llamado a un número de toda mi agenda. Ese contacto era “hermano”. Le dijo que me esperaría en un paradero con mi nextel. Que vaya. Que me lo devolvería.

Cuando escuche eso pensé que era una broma. En todo el año, nunca había tenía tanta buena suerte. Tomamos un taxi y fuimos al lugar donde había dicho. Ahí estaba. Nunca olvidaré la cara del señor tan buena gente. Señor que limpio la imagen de todos los taxistas ladrones que se encargan de hacer mierda ese trabajo. Ese señor, me devolvió algo que quizá no sabía que para mi valía mucho más que el precio que costaba. Lo era todo. Le dimos algo por agradecimiento.

El cogió mi cartera, lo guardó. “No pierdes tu cabeza porque está pegada a tu cuerpo”, escuché. Me reí. Miré la foto de papá que siempre ando en mi billetera y lo sentí cerca. Muy cerca. Supe, otra vez, que él está conmigo. Todo el tiempo. En todos lados. Por siempre.

miércoles, abril 6

Catorce, etc.

Hace catorce días, tenía los planes más juergueros del planeta. Chicos, chicas. Planeábamos beber hasta decir basta, celebrar los dos meses que no nos habíamos visto.

Hace catorce días, pensaba en la universidad. En ponerle ganas a mi carrera. En ya no cambiarme a otra. En hacer todos los planes de ayuda que diseñé.

Hace catorce días, pensaba ir en semana santa de viaje. Con mi mejor amigo. Con mi papá. Pensaba que era momento de escaparnos en familia. De hacernos todos cómplices del viaje más fantástico y tener la semana más loca de nuestras vidas.

Hace catorce días, no pensaba dirigirle la palabra a mi ex. Tenía claro que era mujeriego. Estaba cansada de siempre saber de otras mujeres. Tenía ganas de no saber más ni de él ni de su mierda.

Hace catorce días, mi nextel comenzó a vibrar. Una y otra vez. Con llamadas de gente desconocida. Saludos. Fuerza. Esperanza.

Hace catorce días, mis amigas asaltan mi tiempo. Sin preguntarme. Aparecen ahí. Sentadas. Mirándome de lejos. Sonriéndome de cerca. Riéndose entre ellas. Extrañando a mi papá.

Hace catorce días, no pensé tener contacto con gente con la que no hablaba hace millones de años. No pensaba hablar con aquel que me culpaba de su sus culpas, de sus fracasos sentimentales. Aquel que desapareció por completo, odiándome un poco, dejándome ser feliz.

Hace catorce días, mi vida era relativamente normal. Pero yo la sentía aburrida. Estaba harta. De la rutina. De las mismas cosas. Quería algo nuevo. Algo que me haga cambiar. Algo que haga cambiar la forma de vida que llevaba.

Hace catorce días, no tomaba desayuno. No almorzaba a mis horas. Sufría de insomnio.

Hace catorce días no era consciente de la vida preciosa que llevaba. Cegada por problemas estúpidos. Cosas sin importancias. Inexistentes. Transparentes.

Hace catorce días, no me interesaba saber sobre el cáncer. Sobre terapias. Sobre enfermedades. Sobre infecciones.

Hace catorce días, no cumplía mis promesas. Ni a Dios, ni a la gente. Me había vuelto descuidada, mentirosa. Se me había pegado malas costumbres. Nuevas astucias. Había cambiado.

Hace catorce días, me cambio la vida. Deje de tener planes, para unirme al plan que Dios creó para mí. Sin poder decir nada. Despacio. Sin hacer bulla. Sin quejarme. Solo confiando.

Deje de pensar en viajes cercanos. Comencé a hablar con mi ex, mirándolo milagrosamente como amigo, como un verdadero amigo. Dándome cuenta que a pesar que una persona pueda llegar a ser realmente mala como flaco, como pata puede ser una verdadera bendición.

También comencé a contar con gente inimaginable. A recibir esas llamadas cortitas, de nextel prepago, todos los días por las noches. Comencé a sentirme viva. Comencé a cambiar mis rutinas. Desayuno temprano, almuerzo a la 1 y sueño a las 10. De pronto, me vi involucrada averiguando sobre milagros. Sobre el cáncer. Sobre Dios. Me vi todos los días, en la mañana o en la tarde, pasando los minutos más tranquilos días en la capellana del hospital. Me vi llorando despacito, en silencio. Me vi siendo valiente, delante de todos. Contando chistes. Maldiciendo en voz alta. Maldiciendo en voz baja. Derrumbándome por instantes. Extrañándolo. Espiándolo de lejos. Preocupándome por su respiración. Por los latidos del corazón. Por las maquinas a las que él estaba conectado. Esperando que ya no esté sedado. Que abra sus ojos. Que me mire.

De pronto tenía amigas técnicas. Enfermeras. Guardias de seguridad.

Pasaba todo el día caminando en el hospital. Dando vueltas. Llorando de vez en cuando. Sonriendo. Dando fuerza.

En las noches, regresaba a casa. A veces triste, a veces alegre. No imaginaba mi vida sin mi mejor amigo. Quería que regrese a casa. Que se recupere. Que estemos juntos.

Me culpaba por los malos ratos. Por el tiempo desperdiciado. Solo quería que todo pase.

Hace catorce días, he pasado los momentos mas difíciles. Más jodidos. Más tristes. Con el, sin el, sin ellas, sin nadie. Tragándome penas. Contando milagros. Sintiendo milagros. Teniendo más fe que nunca. Rezando.

Hace catorce días se que no serán solo catorce. Será toda la vida. Me cambio la vida para siempre y los días solo van a formar parte de un “etc”.

Hace catorce días, siento que el siempre será el mejor de los amigos. Y estoy segura que él sabe, desde hace más de catorce días, que yo estaré ahí, vigilando cada movimiento. Sin dejarlo.

viernes, marzo 11

Lo curioso, lo más curioso, lo más cierto.

Lo curioso de la vida es que cuando más necesitas algo, más lejos esta.

Pero lo más curioso de la vida, es que no todo lo que crees querer necesitar es lo que te hace falta.

Y por eso, de pronto, piensas que quizá no tienes lo suficiente y que lo sabrás cuando encuentres "algo" que te lo demuestre.

O a "alguien" que hable tu mismo lenguaje .


miércoles, marzo 9

Mi mejor amigo.

Dentro de las muchas cosas de mi vida, esta es una que no podría faltar.

Me cuenta que antes de verme nacer, le dieron la noticia que iba a tener un hombrecito. Muy contento compró cosas para un niño. Ropa blanca, amarilla, celeste, azul. Decoró un cuarto con carritos, peluches. Tenía la ilusión que haya heredado sus genes de amor por la medicina, entre otras cosas. Me esperaba con ilusión, para jugar futbol y tomar algunas copas juntos cuando cumpla dieciocho.

Al cabo de cuatro meses tuvo que regalar todo lo que había comprado. Nací yo. Confundieron mi codo con dos bolitas de bebe y llegué a su vida de sorpresa, asustándolo, dándole un regalo e invadiendo su imaginación. No me arrepiento, siempre me dice que he sido lo mejor que le ha regalado la vida y yo le creo porque el también lo ha sido en la mía.

Mamá viajo al extranjero a reencontrase con su familia cuando yo era muy pequeña. Tenía casi siete años. Papá la entendía, ella era joven, quería conocer otro país desarrollarse y esas cosas. La única condición que le ponía era que yo me quedase con el. Mamá, disgustada, acepto.

Desde aquel entonces la mejor amistad que he tenido en mi vida es la que tengo con papá. No es floro, somos los mejores amigos. Ahí comenzó todo. El dejó su consultorio para dedicar su tiempo a comprar muñecas y hacer dibujos. A ir actuaciones y verme bailar. A llevarme a fiestas infantiles. A comprarme vestidos. A llevarme a los juegos. Escuchaba conmigo la historia de todas las preciosas barbies que el mismo me regalaba. Las peinaba, cuando podía. Me preparaba una taza de leche muy tempranito, antes de irme a la escuela. Y todos los días, hasta que estuve en 3ero de secundaria, estuvo en la puerta despidiéndome y esperándome, para cuando regresara.

Cuando entré a la secundaria, siempre me decía que era una rebelde y sin causa. Un día se me ocurrió no querer entrar al colegio. Hacer eso que muchos llaman “tirarse la pera” o algo así. Hice un plan con una amiga y al llegar a la puerta, dimos vuelta, nos fuimos caminando rápido y buscamos un lugar donde comprar galletas. Tenía 13 años, quería una aventura. Quería algo nuevo. Algo divertido, que lógicamente era estúpido. A las tres horas, mi papá y el papá de mi amiga se enteraron que no estábamos en el colegio. Nos buscaron con policías y todo. Yo ya tenia celular y me avisó una amiga que estábamos buscadas como altas presidiarias. Decidí ir a buscar a mi hermana y contarle la verdad. Papá llegó a recogerme junto con el papá de mi amiga. A ella no le fue muy bien. A mi...a mi me dijeron sube al auto. Entré y hubo un corto silencio. Luego papá frenó de golpe, yo asustada levante la mirada y tenía enfrente una heladería. Me preguntó cual helado quería y comimos juntos los helados mas rebeldes de nuestra vida. Echó una carcajada y me dijo que le alegraba verme viva, pensó que me habían secuestrado. Pregunto por qué y me dijo que no lo vuelva hacer, que la excusa de estar enferma me salía mejor y menos costosa para él.

Me ha enseñado a ser valiente porque él lo ha sido toda su vida. Tiene nueve vidas, como el gato. Lo han operado de un millón de cosas y siempre de todas, salía cantando alguna canción, feliz de la vida. Los momentos más duros y tensos que pase en mi vida, fueron en la sala de espera de una clínica de monjas en Lima. Papa decidió operarse del corazón, decidió que era necesario, que él quería vivir muchos años más. Yo tuve mucho miedo. En realidad nunca sentí tanto miedo como aquellos días. Fueron ocho horas esperando que el salga. Y si, salió. Dormido. Al cabo de 30 hora despertó y me dijo: esto ha sido facilito, solo un raspón. Luego canto una de sus canciones que hasta ahora la recuerdo “zumba el barco, zumba el barco”. Yo ahí sentada, mirándolo y pensando que ese hombre solo había podido ser creado por alguien como Dios.

Papá me ha sabido cuidar y educar de la mejor manera posible. Tiene el sexto sentido, ese que tienen las madres. Sabe cuando algo me sucede y no duda en preguntármelo. Sabe que algo no esta marchando bien y es el primer candidato que tengo ahí, sentado, esperando conversar conmigo. Hace de todo y es increíble. Es el hombre más gracioso del planeta, sabe como hacerte reír y como fastidiarte en un segundo. Cuenta chistes muy mal, pero no los necesita. Su carácter lo hace ser una persona realmente agradable y graciosa.

Pocas veces cumple los castigos que me impone cuando, para su criterio, hago algo que no está bien. El último castigo que recuerdo de el fue cuando acabé el colegio y estaba en segundo ciclo de la universidad. Prometió no volver a comprarme un celular en dos años, cuando se enteró que había perdido el octavo en tres años. Todos los que perdí fueron los más bonitos y caros, sin embargo, siempre de manera estúpida los descuidaba. Hiso la promesa como un pacto de sangre y la cumplió. Recién el año pasado, me compro un celular digno.

A pesar que mamá siempre estaba ahí, no de forma física, pero con llamadas constantes yo sentía que mi vida no era la misma. Pero siempre resultaba mirando a papá feliz, valiente, una persona realmente grandiosa con ganas de vivir y hacer de la vida una locura y pensaba que no me pudo tocar mejor papá, mejor regalo de vida. Se encargaba de llenar cualquier huequito que yo podía sentir. Me acompaña siempre a comprar cosas de mujer, aunque dice que es una tortura, siempre lo hace.

Ha hecho lo que quizá pocos hombres hacen en su vida. Se desprendió de todo para cuidar de mí, para regalarme perros y cuidarlos él con tal que yo sea feliz jugando con ellos. Era mi cómplice cuando tenía peces escondidos de mi abuela. Siempre ha sabido ser el mejor amigo que he tenido, sin ningún esfuerzo. No me cabe la vida para poder agradecerle las cosas tan geniales que ha hecho por mí.

jueves, febrero 24

Mañana,será.

Hoy mientras caminaba del metro a casa, miraba a todas las personas pasar. Muy curiosa, desde el cabello hasta la puntita del zapato. Muy de prisa, porque aquí todos andan con prisa. Unos altos, colores diferentes, zapatos bonitos y feos, abrigos, lentes, etc. Y yo caminaba en medio de todos ellos, escuchando música y pensando. Caminaba lento, muy lento. Mi hermana resulto en casa mucho mas antes que yo. Pero no se si pasa pero tuve un momento raro, un poco filosófico y decidí detenerme un rato en una banca que estaba cerca a un parque.

Miraba a parejas pelear, animales hacer pufi, a niños corriendo, a chicos fumando hierba, a señoras cotillando… y yo estaba ahí, sentada en medio de todo pero no era nada. Solo buscaba un respiro, un momento distinto a los que tengo todos los días. Buscaba un momento frio en donde yo pudiera estar a salvo de todo. A salvo de todo y de todos. Y tuve miedo pensar que estando con personas extrañas y desconocidas haciendo nada era el lugar donde en ese momento me sentía mas tranquila, más serena, más viva.

Y de pronto entendí que todos, en algún momento, nos sentimos cargados. Si, cargados de cosas, de momentos, de sentimientos. Lindos, malos o quizá muy buenos. Pero en las etapas que vamos teniendo, vamos acumulando y cuando suelen ser negativos, suelen apretarte el pecho y te sientes en peligro. Y es ahí cuando buscas estar a salvo, en cualquier lugar del mundo. Sin importarte si el te da la espalda. Sonriendo de la nada. Levantándote despacio y sin miedo. Con hambre. Con ganas de bailar. Con ganas, de ya no fingir más.

Y comencé caminar un poco mas rápido y escuche aquella canción que tanto me gusta a todo volumen. Pero me detuve, de nuevo, y me di cuenta que ya era tarde para tener prisa. Por mas momentos lindos en el día que pudiera tener luego al cabo de algunas horas, algunos días, todo iba resultar igual. Estaba atrapada y necesitaba que algo, por el momento, me salve… como a todos en algún instante.

martes, febrero 8

El primer amor no siempre es amor.

1. Estaba en secundaria. Conocí a un chico. Me gustó de impacto. Era alto y tenía ojos verdes. Su forma de ser era graciosa. Súper caballero. Sutil al decir las cosas. A mis 14 años me parecía el chico perfecto.
Pasábamos mucho tiempo conversando por Messenger. Nuestras citas nunca fueron citas. Siempre acompañados. Siempre sus amigos. Siempre las mías. Teníamos escenas de celos camufladas. Indirectas delicadas. Miradas no tan escondidas.
Era verano. Teníamos solo dos meses de amigos. Me pidió para estar juntos. Me dijo que quería que sea su enamorada. Acepté. Pasamos un poco menos de tres años juntos. Pensé haberme enamorado. Pensé que la ruptura no la iba superar. Pensé no volver a ser “feliz” con alguien.

2. Un chico pequeño. Amigo de mi ex. Me gustó desde siempre. Desde que me lo presentaron. Su rostro quedo marcado en mi mente. En mis ojos. Nunca pudo ser mi chico, ni yo su chica. Siempre las miradas tensionadas. A escondidas. A la luz de todos. Siempre fingiendo que no pasaba nada. Siempre intentando ser solamente amigos.
Las llamadas por teléfono en las madrugadas. En mi cabeza su número de memoria. Los mensajes por celular. Las salidas a escondidas. No podían vernos. Nunca dejaría de ser nocivo. Pese a que ya no tenía una relación con su amigo. No estaba bien. Sin embargo, esas cosas que no se pueden evitar muchas veces no son cosas. Son personas. Para mi era el. Y a él no lo podía evitar.
Estaba contenta así. Entendiendo que existían pecados que se comparten y yo, quería tanto compartirlo con el. Solamente con el.
Tuvimos un amor un poco atípico. Pensé no haberme enamorado. Pensé que era solo pasajero. Pensé que pronto acabaría. Que dejaríamos de hablar. Pensé que me atraía saber que era algo de novela. Una historia camuflada. Eso creía.

3. Tres años después. Me invitaron a una reunión. Me encontré con mi ex. El chico de ojos verdes. No podía creerlo. Nunca me lo había topado. Nunca tan cerca. Nunca deje de pensar en como hubiera sido. Lo tenía en frente. Hablándome de rato en rato. De vez en mes. Un poco nervioso. Y yo, también.
Bebimos. Jugamos todos a las preguntas. Comenzaron los ataques. Las indirectas. Los reclamos.
Me separé de todos. Quería respirar un poco. Se acercó. Me tomó de la mano. Nos sentamos y comenzamos hablar. Recordamos lo que fuimos hace mucho. Cuando el decidió apartarse. Cuando no regresó más. Pero curiosamente ahora él estaba ahí. Intentando hablarme. Pero no había nada. Ya estábamos vacíos. Ya todo había acabado. No dejé que me abrace. No deje que se acerque. Sin sospechas mas claras, deduje que ya no me atraía. Ya no lo quería. Ya no sería lo mismo nunca jamás. No era amor. Nunca había sido amor. No estaba nerviosa. No quería entender nada. Solamente quería, en ese momento, hacer una llamada.

4. El chico bajo. El que siempre aparecía con sus llamadas a escondidas y sus saludos camuflados.  Del que nunca podía dejar de hablar.  El que siempre evitaba pero terminaba encontrando. Todos los años. En algún momento de mi vida. Con un beso. Con una caminada de mano. Duraba solamente unos días. Y luego pasaban meses, y meses. Pero siempre, cada cierto tiempo, mi mente y mucho de mi tenían que saber de él. No podía dejar de intentarlo. Lo extrañaba. Lo necesitaba. Más de lo esperado. Guardaba mis mejores momentos para una ocasión que pocas veces llegaba.
El siempre con sus enamoradas. Con sus historias fugitivas. Clandestinas. Repitiendo nuestra historia con cualquiera. Pero yo lo quería. Yo soportaba.
Después de cinco años, descubrí que me había enamorado. Me enamoré de alguien con quien no tuve más de tres meses de relación. De alguien que fue mi amigo. Mi escondite.  De alguien que se llevó  mis mejores miradas. Mis secretos. Él era mi secreto. Mi primer amor. El que no se olvida.