martes, junio 28

La mujer en los tiempo de cólera.


Mujeres. Un toque alocadas. Siempre victimas de ficciones mentales interpretadas por nosotras mismas. Comúnmente bipolares. Quejosas. Juergueras, cuando estamos solteras. Hogareñas, cuando estamos parcialmente comprometidas. Fieles, si se nos permite. Realmente encantadoras y jodidas. Eminencias. Detectives. Astutas. Formamos parte mayoritaria de una población y aun así, esa población, sigue siendo machista.

miércoles, junio 8

El único héroe que conocí, lo tuve en casa

Cuando tuve seis años, comencé a entender más cosas de las que mi mente minúscula podía entender. Mi papá tenía un gran corazón. Era un médico ejemplar. Dedicado a su profesión. Amaba ayudar a la gente. Evitaba cobrar consultas. De vez en cuando hacer operaciones gratis. Regalar medicina a las personas que las necesitasen. Esas muestras medicas que siempre llegaban a casa, las empaquetaba y alguien se hacía merecedor de todas ellas. Ese alguien, obviamente, era algún paciente que lo necesitaba.

En navidades me enseño a ser solidaria. Comprobábamos juguetes y siempre me llevaba por el pasillo azul del hospital en donde él trabaja. Ese pasillo estaba lleno de cuartos. Y los cuartos, de niños. Los niños, de quemaduras. Al principio tenía miedo. Me daba una sensación extraña. Papá me educó para eso. Me hiso valiente. A mis seis años, era capaz de enfrentarme a la peor quemadura y entregar el mejor juguete. Salíamos contentos, victoriosos. Para todos aquellos niños, mi papá era un héroe. Llegaba para convertir momentos. El peor, en mejor. De eso se encargaba.

Como yo era una niña rebelde, lo que el siempre me decía, necesitaba más cuidado y vigilancia. Mi mamá estaba lejos. No era igual que me cuidasen mis tías. Así que tomo la decisión de cerrar su consultorio. Ahora, años muchos años después, puedo entender lo que le costó tomar esa decisión. Porque el siempre fue feliz ayudando. Sin ser atribuido con dinero. Cobraba lo que tenía que cobrar. Nunca era más. Siempre era menos. Yo, doy testimonio de eso.

Todas esas personas que lo visitaban en aquel consultorio, comenzaron a buscarlo en casa. Papá no se pudo negar. Los atendía. Sin descuidos. Con igual dedicación. Pasaron a ser consultar totalmente gratuitas. Y el pasó atender a pacientes en casa y mirar como yo de lejos jugaba con todas mis muñecas, contenta porque papá estaba ahí conmigo todos los días.

Y así fue su vida. Siempre fue un verdadero valiente. Sufrió un montón de accidentes. Nunca le pasó nada. Fue operado como diez veces. De todas salió victorioso. Se lo merecía, era un buen luchador. Era un buen ser humano. Era un héroe en todo sentido de la palabra.

Cuando crecí, no solo tenía la imagen de un excelente profesional, dedicado íntegramente a su profesión. Si no, tenía la imagen de el haciendo tantos espacios de tiempo como yo necesitase. Para lo que fuera. Para mis reuniones de colegio. Para mis actuaciones. Para todo. Se encargo de ser mi amigo. Mi verdadero amigo. Confiaba en el mas de lo normal. Podía contarle cosas que realmente eran extrañas. Sacada de vuelta de ex enamorados. Acciones de amigas. Mis juergas fatales. Las peores bombas. Previa puteada, claro está.

Papá y yo éramos un equipo. Siempre juntos. Habíamos crecido los dos. El era todo para mi. Sabía que algún momento el ya no iba a estar pero nunca imagínese que ese momento fuera tan doloroso. Y no solo el momento, sino el tiempo que venía después. Como ahora.

Aun se me hace muy difícil conversar del tema. Escribir detalles de cómo sucedieron las cosas. Del día en que el ya no estuvo. Porque todo eso no solo está en la boca. Se siente en el corazón. Y cada tecleada duele en el fondo de las entrañas. En lo más profundo. Pero sin embargo, el se merece todo tipo de reconocimiento. Porque siempre lo ha sabido a ser muy bien. Es un hombre que se ha encargado de ser de todo. Amigo de sus alumnos. Amigo de su hija. Amigo de sus pacientes. Un hombre que con la ayudaba de Dios, logró ser lo que fue. Y para mi, todo se puede resumir en un verdadero héroe. No solo para mi. Para muchos. Muchos que lo recuerdan inclusive con la misma pena que yo. Porque sabemos que hombres como el, hacen falta.

Lo extraño. Lo extraño todos los días. Lucho contra la barrera de evitar recordarlo para no tener esta pena inmensa que ataca cada microsegundo. Lucho acordándome de él, de su frescura, de sus frases irónicas y sé que si hubiese sido al revés, el al igual que yo tendría en su cara la mejor sonrisa porque pensaría lo que yo pienso… que en el cielo, necesitaban con urgencia a un hombre tan perfecto como el.

Nada se compara con el orgullo que tengo de sentir que ese hombre, del que ahora escribo, es mi papá.

domingo, junio 5

La historia resumida.

Cuando éramos uno y uno.

Nos conocimos de manera casual. Cibernética. Entre bromas. Me agregó a las redes sociales de casualidad. Por molestar a un amigo. Nada personal.

Nos conocimos en persona. Caminamos por esa zona rara. El tenía una gorra. Yo un polo nuevo y usaba tacos. Hablamos mucho. Pocas cosas con sentido. Me dijo que cierre los ojos. Me besó.

Me gustaba. Hablábamos mas seguido. Era verano. Me lo encontraba en la playa. Nos escapábamos a solas al parque. Me proponía ser enamorados. Me des proponía. Lo besaba. Un poquito. Caminábamos de la mano. A escondidas. Llegábamos al grupo y nada más. El era uno y yo era uno. No éramos nada.

Comenzamos a vernos más seguido. Me esperaba llegar en taxi a su casa. Conversábamos poco. Se burlaba de los lentes. De contacto. Raros. De mis tacos blancos. Yo me reía de su voz. De sus mentiras. Nos besábamos.

No hablamos más. El tuvo enamorada. Yo regrese con mi ex. Lo eliminaron de mi msn. No tuvimos mas contacto.

Nos encontramos de vez en cuando. En esa escuela de ingles. A las salidas. Hola. Chau. Ya no nos besábamos. Amigos, nada más.

Intrigado un día. Le hablo a mi mejor amiga. Le preguntó por mí. Me mando saludos. Me entro curiosidad. Lo volví agregar. Ya no tenía enamorado. No sabía si el tenia enamorada. No importaba. Solo en plan amigos. Nada más.

Hablábamos por msn. Nos contábamos los anécdotas. Eran horas. De horas. En charlas no tan breves. No tan amigueras. Siempre indirectas. Nada que ver, seguía pensando. Plan amigos.

Salíamos cada vez que venia de Lima. Al cine. A comer. A huanchaco. Nos acercábamos más. Estaba el deseo de besarnos. Nos besamos. Tomábamos. Solos. En grupo. No quería que sea como antes. No quería ser un agarre. Le pedí espacio. Se acabo, amigos, pensé.

Cuando éramos dos.

Me llamó un día después. Me pidió una última cita. Acepté. Me recogió del departamento. Me puse tacos. Se puso camisa. No sabíamos a donde ir. Caminamos un poco. Sin medias tintas, pregunto si quería ser su enamorada. Frescamente, le dije que sí. Nos besamos. Nos besamos más que nunca. Como nunca. Como si ese beso fuera el primero del resto de nuestras vidas. Me dio la mano. Éramos enamorados.Llegamos a su casa. La cena sorpresa se le quemó. Tomamos vino.

Los emails eran graciosos. Las primeras canciones dedicadas. Temas sobre distancia. Sobre el amor. Sobre el todo lo puede. Sobre el nada soporta. Éramos frescos. Siempre lo hemos sido. Lo vamos a seguir siendo.

Esperábamos los fines de semana. Nos escapábamos algún lado. Solos. Nos besábamos. Pasó tiempo. Estuvimos juntos. Juntos, en todo sentido. Apagamos las luces. No teníamos ropa.

Éramos felices. Disfrutábamos estar juntos. Nos sentíamos enamorados. Nos sentíamos jodidamente felices. Disfrutando de cuatro o cinco días al mes. Enamorándonos por teléfono. Por emails. Por canciones. Sin cursilerías. Con esa frescura. Con esa complicidad. Con eso, que nos caracterizaba.

Como todo en la vida. Se desmoronó en algún momento. Rompimos las reglas. El respeto se pulverizo. Nos atacábamos como dos extraños. Enemigos. Rutinarios. Dejó de ser armónico. Pase a ser espía. El se convirtió en fugitivo. Dejamos de ser tan felices.

Nos separamos. Dejamos de ser enamorados. Pasaba un tiempo. Siempre terminábamos juntos. Nos dio una crisis. No supimos que hacer. Teníamos miedo. Estábamos cansados. Jugábamos a ser enamorados más tiempo. A estar separados por épocas. No nos fue bien. Se sacaron pies del plato. Existían ciertas faltas incompletas. Siempre a medias. Siempre extrañándonos. A nuestra manera.

Ahora, que somos tres.

Enero. 2011. Época de la reconciliación. Época de oportunidades.

Pasábamos horas en ese cuartito. El de la computadora. El que estaba en su casa. Nos besábamos. Nos besábamos más. Nos juntábamos. Lo sentía. Más que nunca. Veíamos películas. Matábamos momentos. Nos aburríamos. Comíamos. Dormíamos. Nos volvíamos a besar. Nosvolvíamos a seducir. Apagamos las luces. Comenzamos a darle vida.

Cuatro meses después descubrimos que desde aquel mes, nunca estuvimos solos. Ella estuvo ahí. En silencio. Calladita. No levantaba sospechas. La descubrimos infraganti. Moviéndose de un lado a otro. Tapándose la cara el primer día que la conocimos. Era grande. Tenía todo completo. Pese a mis desarreglos basados en una inconsciencia justificada, estaba perfecta.

Lloramos. De alegría. De miedo. Nos abrazamos. Nos enamoramos. Nos besamos, como la primera vez. Pero esta vez era la primera, la primera vez de una nueva vida. De esa que ella nos ha traído. Con astucia. Para hacernos feliz. Y algún día, cuando sepa leer y entienda sobre estas cosas tan raras, sepa que la esperamos con tanto deseo. Que buscamos pañales. Que buscamos ropa. Juguetes. Y que ahora todo, es ella. Y todo siempre, va ser ella.

Le doy las gracias, a esta miniatura, por ser lo más valioso que nos va tocar en la vida. Contenta, asumo el reto. Sin preocuparme. Estoy segura que no me pudo tocar mejor cómplice. Mejor compañero incondicional. Mejor amigo. Realmente será genial.