jueves, mayo 26

Veinte

No tengo recuerdo de los primeros cumpleaños de mi vida. Pero por fotos, en todas estaba papá, levantándome en brazos para romper alguna piñata. El siempre se encargaba que mis cumpleaños sean a lo grande. Invitaba a muchos niños. Mamá decoraba y hacia cosas deliciosas. Yo bailaba y me gustaba ganar en todos los juegos. Las sorpresas se las regalaba a todos, igual los premios. Abría a escondidas mis regalos y los paseaba por toda la fiesta. Era feliz.

Cuando ya estuve en primaria y tenía algo de ocho o nueve años, mamá viajaba seguido a España. No la veía con frecuencia. Su ausencia me resultaba extraña. Sin embargo, ella supo escoger a un hombre maravilloso que cuidaba de mí en todo momento. Ella me llamaba todo el tiempo para asegurarse que todo marchase bien. Sin embargo, no logro planificar cada fiesta de cumpleaños como lo hacía papá.

El pedía permiso a las monjas del colegio. Las convencía de que en horas de clases, nos sacaran a todas las niñas del salón para poder armarme una sorpresa. Arreglaban el aula. La llenaban de dulces, globos, postres, regalos. Contrabatan a unas animadoras. Preparaban la cámara fotográfica. Luego del recreo todo estaba listo. A mis compañeras las hacían pasar al aula. A mi me mandaban al baño a ponerme vestido. Yo, sospechaba. Como no se podía intuir tales sorpresas si tenía conmigo al mejor papá del mundo. Entraba al salón feliz y comenzaba la fiesta.

Así como esa, tuve varias fiestas en primaria. Hasta que las madres del colegio comenzaron a decir que todo aquello formaba parte de una pequeña desigualdad. Existían chicas que no podían hacerlo y se sentían frustradas. Cosa que yo, no quería hacer sentir. Es por eso que le pedí a papá que en mi cumpleaños ya no decorase el salón del colegio. Más bien, decorase mi habitación. Y desde entonces, encontraba globos a las12 de la noche. Regalos grandes y pequeños. Regalos que enviaba mamá desde España, unas muñecas enormes y preciosas. Lo encontraba a el sentado a mi lado. Con la lamparita encendida. Con algún cuento en la mano. Con alguna tarjeta. Siempre, siempre lo encontraba a el.

Desde que entre a la secundaria, dejó de gustarme celebrar. Prefería esconderme de todos y todo. Prefería almuerzos en familia. Una tarde de conversaciones extrañas. Me dormía temprano.

Cuando cumplí 18, estuve en España. La pase fatal. Comí en un restaurante chino que se suponía que era el mejor por excelencia. Sin embargo no deguste de la comida. Pero me encanto estar acompañada de mi mama, mi hermana y mi sobrino. Solo los tres. Lamente que papá estaba en Perú. Era mi primer cumpleaños que no la pasaba con el. Era extraño.

Ahora cumplo 20. Y es el segundo cumpleaños, el segundo de muchos, que comenzaré a pasar sin el. Ya no porque yo o el estemos de viaje. Si no, porque físicamente el ya no va poder estar conmigo. Por razones espirituales. Porque Dios lo quiso así. Sin Embargo, hoy, pensaba en que he disfrutado más que suficiente a papá. Fuimos los mejores amigos y tuve los mejores cumpleaños. El siempre estuvo conmigo, inflando globos o haciendo algún postre. Estuvo conmigo para no celebrar nada y tirarnos en los sofás a mirar películas de comedia o acción. Sin embargo no deja de doler en el pecho esa ausencia que te carcome y mas en días como estos. Es una sensación inexplicable.

Pero como siempre he dicho. Dios, para mi, es el mejor jugador de ajedrez. Sabe mover sus piezas en el momento indicado. En el justo. Sabe colocarlas donde deben estar. Y es por eso que ella y mi chico orejón, están donde están ahora. En el momento indicado. En el preciso. Haciendo nuestra nueva burbuja. Nuestra nueva bola

Cumplo 20 años y lo único que me importa son ellos. Me veo con el por web cam. La siento a ella en mi estomago. Somos felices mirando aquella serie española a distancia. Nos reímos a carcajadas. Pensamos que solo faltan tres días y nos veremos. Pensamos en nuestra bola familiar.

Ante todo esto, no pudo encontrar mejor regalo que hacerme Dios y enseguida, mi papá. El sabe que los 18 cumpleaños pasados a su lado han sido los mejores. Sin embargo, el que estoy pasando es el primero de mi nueva vida. La de para siempre. La que nunca voy a olvidar.

martes, mayo 24

Ella.

“I know times are getting hard
but just believe me girl
someday I’ll pay the bills with this guitar
we'll have it good
we'll have the life we knew we would..”

Aquella canción, pasé tarareando los primeros meses. Los primeros de relación con él. Me hacia escucharla siempre. Me la traducía. Me hacía saber que siempre estaría ahí. Que no había problema. Que la distancia la acortaríamos. Me prometió que siempre estaríamos juntos. Siempre éramos dos. Para pasar los ratos maravillosos que pasábamos. Comiendo, durmiendo, echándonos crema a las manos, llenando tinas de agua, peleando y riéndonos de la gente. Riéndonos de todo lo que no éramos nosotros. Haciendo nuestra burbuja, donde cabíamos los dos. Y así pasaban los días, los meses, los años. Íbamos queriéndonos mas y haciendo cosas mas grandes. Nos escapábamos unos días lejos de todos y todo. Solamente el y yo. Nos envolvíamos de risas. De comida. Hacíamos campamento de dos. Sentados bebiendo. Apagando las luces. Haciendo ruidos extraños. Mirándonos. Peleando sin razón. Dándonos la mano y siendo cómplices en nuestras travesuras. Éramos una especie de compañeros incondicionales que a veces, también, hacían desunión.
Tres años después. Sentada. Lejos, muy lejos de él. La escucho de nuevo. Tarareo con los labios la melodía. Recapacito con la letra. Me dejo influenciar por la música. Sonrió. Suspiro. Y es increíble darse cuenta que parte de aquella canción, la menos pensada, iba cumplirse en algún momento de la vida. Y hoy la escucho con más ganas, con más cariño. Pensando en que ella pronto estará aquí, con nosotros. Para hacernos feliz. Para recordarnos que construimos la historia más genial del mundo. Y esa historia, es ella. Y ella, solo nos pertenece a los dos.