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de Marzo. Facebook está lleno de publicaciones alentadoras sobre la mujer. Publicaciones que alagan increíblemente
las cualidades innegables que poseemos por naturaleza. Existen, también,
mensajes de unos a otros. De mujeres a mujeres; diciéndose lo lindas personas
que son, entre otras cosas.
Pero
ahí, dentro de tanta cursilería comprendida, están los mensajes de los esposos,
enamorados, convivientes, papás. Claro. Alguno de esos mensajes con doble moral, no podían faltar.
“Eres
la mujeres más hermosa, única en mi vida” le escribe el pendejo, dejándose llevar
por el éxtasis del día. “Mi hija, feliz
día” escribe otro ser humano varonil que sabe que a esa hija no la deja
asomarse a la calle tranquilamente ni salir a fiestas como a sus hermanos. “Feliz día mejor amiga”
escribe ese enamorado que cela constantemente a su flaca, haciendo que la mayoría
de momentos en su vida sean un bochorno. “Gracias por existir”, escribe otro
incrédulo del amor quien golpea a su mujer o la vota hasta de su casa.
Señores,
me indigno. Leo mensajes de felicitaciones hacia mujeres y conozco de cerca la
triste historia que puede vivir. Una publicación con palabras vacías, con cero
hechos y con malas caras constantes. Eso se dejan regalar muchas mujeres,
quienes se olvidan por un momento el calvario y tienen como trofeo de guerra
ese lindo post que le recordará que por un minuto ese ser humano pudo decir
algo agradable.
Yo
celebro este día agradeciéndoles a mis padres. Sobre todo, a papá. Quien desde que tengo noción de realidad
me enseñó que el ser humano tiene los mismos derecho sin importar cualquier condición
de sexo. Me enseño a tener mi dinero propio y así poder pagarme una salida cine,
alguna cena o comprarme lo que realmente quería sin esperar que alguien me lo
regale. Me enseño a que tenía que
estudiar, ser profesional y tenía como obligación básica de la vida: aprender a
manejar. También me dijo que estaba bien si no me gustaba la cocina, no por ser
mujer tenía que estar destinada a cocinar siempre. Sin embargo alentaba a que
aprenda algunas cosas básicas para algún día no morir de hambre. En mi casa, no
había etiquetas. No señores.
Papá
también me enseño que él podía prepararme un vaso de leche, una gelatina, podía
llevarme al colegio, asistir alguna actuación, recoger mi libreta de notas,
esperarme fuera de algún quinceañero. Él
no tenía complejos. Pero también, como a mí, le gustaba que lo engrían.
Le gustaba que cuando me naciera le prepare un desayuno rico y lo sorprenda.
Que arregle mi cuarto y ordene mis cosas.
Se
que los complejos de “por ser mujer” en mi vida están fuera y en la de mi hija también.
Por que en casa, todos ayudamos. Todos somos un equipo y a veces uno y a veces
otro. Es verdad que por naturaleza el hombre posee alguna otra cualidad que
nosotras. Puede que tenga ventaja en algunas cosas. Pero nosotras, en otra. Así
que todo es a la par. Pero todo eso, lo aprendí en casa. Me lo hicieron saber,
sentir y querer en casa.
Así
que, no sean doble moral, por favor.
Ustedes,
hombres que aún no se han sensibilizado con lo lindo de una mujer. No sean
doble moral. No escriban palabras vacías que no calan. No ocupen redes sociales
con mensajes hipócritas que a los minutos no van a significar nada. En vez de
eso, trabajen. Trabajen en su trato diario con sus madres, hermanas, esposa,
hijas. Trabajen para saber lo dócil y a la vez fuerte que pueden llegar a ser. Dejen
el trato machista asqueroso que hace apestar a cualquier ser humano.
Y
cuidado, que todas, en el fondo tenemos una garra impresionante que cuando
terminan por hartarnos solo sabemos mandar todo a la mierda.