Todos me dicen que siempre encontrará la manera de estar conmigo. Yo sé, en porcentaje total, que él lo va ser. Porque siempre hemos sido así. Los dos. Un equipo. Y lo físico, no podrá desmoronar la amistad que prevalece sobre cualquier tipo de dimensión.
Hace dos días me pasó algo que suele pasar. Algo que en verdad a mí nunca me pasó. Algo que me hiso sentir que el de alguna forma estaba manipulando el tiempo, a las personas, a mi suerte y la estaba cambiando.
Eran las 10 de la mañana. El chico minúsculo llegaba a recogerme. Me acompañaría hacer unas cosas, unos pagos y si quedaba tiempo me enseñaría a manejar. Subí al taxi apurada porque era tarde. Hablamos del día anterior, de algunos planes, de sus clases, de las mías.
Tenía mi nextel en la mano. Ese nextel blanco. Ese que papá me compró luego de dos largos años. Dos años de castigo por haber perdido tantos celulares caros. Estuvo seguro que ausentando celulares bonitos por todo ese periodo de tiempo, aprendería la lección. Y tuvo razón. Lo aprecie un poco más que a los otros mil celulares que tuve.
Yo hablaba muy entretenida, como siempre. Hablando cosas sin sentido, mil temas a la vez. El escuchaba, entretenido. Luego me pidió mi nextel, miró la foto de tass y me lo devolvió. Aproveche en llamar a fabi para decirle que no almorzaría con ella. Al menos ese día no. Llegamos al centro. Bajamos del taxi. Y no me di cuenta que nunca guardé mi nextel. Se cayó.
Luego de hora y media, me di cuenta que mi nextel no estaba. Había desaparecido. Buscaba en mi bolso. Mi cara cambio totalmente. Pensaba en los videos de papá que tenía en ese celular. En las fotos. En que fue lo último que me regalo. Mis ojos no sabían a dónde mirar. En mi bolso ya no había espacio en done podía estar. Llamaba y nadie contestaba, pero aun no lo habían apagado. El me decía que me tranquilice un poco, que podía recuperarlo o en el peor de los casos buscar uno igual.
El no entendía. No era el modelo, no era el nextel, no. Era que aquel aparato le tenía tanto cariño porque papá me lo había dado. Y al igual que su celular, que ando a todas partes, no quería perderlo nunca. Lo usaría hasta ser el modelo más viejo del planeta.
Le pedí prestado su nextel. Busqué en mi libretita algunos números que apunté. Curiosamente días antes cambié de chip y apunté algunos números para poder pasarlos al nuevo. Entre llamadas de amigas, de amigos, descubrí que el señor taxista había llamado a un número de toda mi agenda. Ese contacto era “hermano”. Le dijo que me esperaría en un paradero con mi nextel. Que vaya. Que me lo devolvería.
Cuando escuche eso pensé que era una broma. En todo el año, nunca había tenía tanta buena suerte. Tomamos un taxi y fuimos al lugar donde había dicho. Ahí estaba. Nunca olvidaré la cara del señor tan buena gente. Señor que limpio la imagen de todos los taxistas ladrones que se encargan de hacer mierda ese trabajo. Ese señor, me devolvió algo que quizá no sabía que para mi valía mucho más que el precio que costaba. Lo era todo. Le dimos algo por agradecimiento.
El cogió mi cartera, lo guardó. “No pierdes tu cabeza porque está pegada a tu cuerpo”, escuché. Me reí. Miré la foto de papá que siempre ando en mi billetera y lo sentí cerca. Muy cerca. Supe, otra vez, que él está conmigo. Todo el tiempo. En todos lados. Por siempre.