viernes, abril 29

We still a team

Todos me dicen que siempre encontrará la manera de estar conmigo. Yo sé, en porcentaje total, que él lo va ser. Porque siempre hemos sido así. Los dos. Un equipo. Y lo físico, no podrá desmoronar la amistad que prevalece sobre cualquier tipo de dimensión.

Hace dos días me pasó algo que suele pasar. Algo que en verdad a mí nunca me pasó. Algo que me hiso sentir que el de alguna forma estaba manipulando el tiempo, a las personas, a mi suerte y la estaba cambiando.

Eran las 10 de la mañana. El chico minúsculo llegaba a recogerme. Me acompañaría hacer unas cosas, unos pagos y si quedaba tiempo me enseñaría a manejar. Subí al taxi apurada porque era tarde. Hablamos del día anterior, de algunos planes, de sus clases, de las mías.

Tenía mi nextel en la mano. Ese nextel blanco. Ese que papá me compró luego de dos largos años. Dos años de castigo por haber perdido tantos celulares caros. Estuvo seguro que ausentando celulares bonitos por todo ese periodo de tiempo, aprendería la lección. Y tuvo razón. Lo aprecie un poco más que a los otros mil celulares que tuve.

Yo hablaba muy entretenida, como siempre. Hablando cosas sin sentido, mil temas a la vez. El escuchaba, entretenido. Luego me pidió mi nextel, miró la foto de tass y me lo devolvió. Aproveche en llamar a fabi para decirle que no almorzaría con ella. Al menos ese día no. Llegamos al centro. Bajamos del taxi. Y no me di cuenta que nunca guardé mi nextel. Se cayó.

Luego de hora y media, me di cuenta que mi nextel no estaba. Había desaparecido. Buscaba en mi bolso. Mi cara cambio totalmente. Pensaba en los videos de papá que tenía en ese celular. En las fotos. En que fue lo último que me regalo. Mis ojos no sabían a dónde mirar. En mi bolso ya no había espacio en done podía estar. Llamaba y nadie contestaba, pero aun no lo habían apagado. El me decía que me tranquilice un poco, que podía recuperarlo o en el peor de los casos buscar uno igual.

El no entendía. No era el modelo, no era el nextel, no. Era que aquel aparato le tenía tanto cariño porque papá me lo había dado. Y al igual que su celular, que ando a todas partes, no quería perderlo nunca. Lo usaría hasta ser el modelo más viejo del planeta.

Le pedí prestado su nextel. Busqué en mi libretita algunos números que apunté. Curiosamente días antes cambié de chip y apunté algunos números para poder pasarlos al nuevo. Entre llamadas de amigas, de amigos, descubrí que el señor taxista había llamado a un número de toda mi agenda. Ese contacto era “hermano”. Le dijo que me esperaría en un paradero con mi nextel. Que vaya. Que me lo devolvería.

Cuando escuche eso pensé que era una broma. En todo el año, nunca había tenía tanta buena suerte. Tomamos un taxi y fuimos al lugar donde había dicho. Ahí estaba. Nunca olvidaré la cara del señor tan buena gente. Señor que limpio la imagen de todos los taxistas ladrones que se encargan de hacer mierda ese trabajo. Ese señor, me devolvió algo que quizá no sabía que para mi valía mucho más que el precio que costaba. Lo era todo. Le dimos algo por agradecimiento.

El cogió mi cartera, lo guardó. “No pierdes tu cabeza porque está pegada a tu cuerpo”, escuché. Me reí. Miré la foto de papá que siempre ando en mi billetera y lo sentí cerca. Muy cerca. Supe, otra vez, que él está conmigo. Todo el tiempo. En todos lados. Por siempre.

miércoles, abril 6

Catorce, etc.

Hace catorce días, tenía los planes más juergueros del planeta. Chicos, chicas. Planeábamos beber hasta decir basta, celebrar los dos meses que no nos habíamos visto.

Hace catorce días, pensaba en la universidad. En ponerle ganas a mi carrera. En ya no cambiarme a otra. En hacer todos los planes de ayuda que diseñé.

Hace catorce días, pensaba ir en semana santa de viaje. Con mi mejor amigo. Con mi papá. Pensaba que era momento de escaparnos en familia. De hacernos todos cómplices del viaje más fantástico y tener la semana más loca de nuestras vidas.

Hace catorce días, no pensaba dirigirle la palabra a mi ex. Tenía claro que era mujeriego. Estaba cansada de siempre saber de otras mujeres. Tenía ganas de no saber más ni de él ni de su mierda.

Hace catorce días, mi nextel comenzó a vibrar. Una y otra vez. Con llamadas de gente desconocida. Saludos. Fuerza. Esperanza.

Hace catorce días, mis amigas asaltan mi tiempo. Sin preguntarme. Aparecen ahí. Sentadas. Mirándome de lejos. Sonriéndome de cerca. Riéndose entre ellas. Extrañando a mi papá.

Hace catorce días, no pensé tener contacto con gente con la que no hablaba hace millones de años. No pensaba hablar con aquel que me culpaba de su sus culpas, de sus fracasos sentimentales. Aquel que desapareció por completo, odiándome un poco, dejándome ser feliz.

Hace catorce días, mi vida era relativamente normal. Pero yo la sentía aburrida. Estaba harta. De la rutina. De las mismas cosas. Quería algo nuevo. Algo que me haga cambiar. Algo que haga cambiar la forma de vida que llevaba.

Hace catorce días, no tomaba desayuno. No almorzaba a mis horas. Sufría de insomnio.

Hace catorce días no era consciente de la vida preciosa que llevaba. Cegada por problemas estúpidos. Cosas sin importancias. Inexistentes. Transparentes.

Hace catorce días, no me interesaba saber sobre el cáncer. Sobre terapias. Sobre enfermedades. Sobre infecciones.

Hace catorce días, no cumplía mis promesas. Ni a Dios, ni a la gente. Me había vuelto descuidada, mentirosa. Se me había pegado malas costumbres. Nuevas astucias. Había cambiado.

Hace catorce días, me cambio la vida. Deje de tener planes, para unirme al plan que Dios creó para mí. Sin poder decir nada. Despacio. Sin hacer bulla. Sin quejarme. Solo confiando.

Deje de pensar en viajes cercanos. Comencé a hablar con mi ex, mirándolo milagrosamente como amigo, como un verdadero amigo. Dándome cuenta que a pesar que una persona pueda llegar a ser realmente mala como flaco, como pata puede ser una verdadera bendición.

También comencé a contar con gente inimaginable. A recibir esas llamadas cortitas, de nextel prepago, todos los días por las noches. Comencé a sentirme viva. Comencé a cambiar mis rutinas. Desayuno temprano, almuerzo a la 1 y sueño a las 10. De pronto, me vi involucrada averiguando sobre milagros. Sobre el cáncer. Sobre Dios. Me vi todos los días, en la mañana o en la tarde, pasando los minutos más tranquilos días en la capellana del hospital. Me vi llorando despacito, en silencio. Me vi siendo valiente, delante de todos. Contando chistes. Maldiciendo en voz alta. Maldiciendo en voz baja. Derrumbándome por instantes. Extrañándolo. Espiándolo de lejos. Preocupándome por su respiración. Por los latidos del corazón. Por las maquinas a las que él estaba conectado. Esperando que ya no esté sedado. Que abra sus ojos. Que me mire.

De pronto tenía amigas técnicas. Enfermeras. Guardias de seguridad.

Pasaba todo el día caminando en el hospital. Dando vueltas. Llorando de vez en cuando. Sonriendo. Dando fuerza.

En las noches, regresaba a casa. A veces triste, a veces alegre. No imaginaba mi vida sin mi mejor amigo. Quería que regrese a casa. Que se recupere. Que estemos juntos.

Me culpaba por los malos ratos. Por el tiempo desperdiciado. Solo quería que todo pase.

Hace catorce días, he pasado los momentos mas difíciles. Más jodidos. Más tristes. Con el, sin el, sin ellas, sin nadie. Tragándome penas. Contando milagros. Sintiendo milagros. Teniendo más fe que nunca. Rezando.

Hace catorce días se que no serán solo catorce. Será toda la vida. Me cambio la vida para siempre y los días solo van a formar parte de un “etc”.

Hace catorce días, siento que el siempre será el mejor de los amigos. Y estoy segura que él sabe, desde hace más de catorce días, que yo estaré ahí, vigilando cada movimiento. Sin dejarlo.